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El regreso de Fernando VII (III). La Forest llega a Valençay.

La Forest informa a Bassano de su primera entrevista con los príncipes.

Valençay, 19 de noviembre 1813

Acabo de tener una reunión de una hora con los Príncipes. Por el momento la negociación no ha avanzado, pero me he formado algunas ideas útiles para mañana.

Los tres me han recibido con muestras evidentes de satisfacción. Me han preguntado mucho acerca de la salud del Emperador, con verdaderas muestras de interés y veneración. Sin embargo, cuando pasamos a hablar del asunto en cuestión y le pedí al príncipe Fernando que me transmitiera sus intenciones para así informarle a mi augusto Soberano, me sorprendió un poco al responder «que dado que en su posición él no podía decidir nada por sí mismo, debía conocer con más detalle la intención del emperador para así reflexionar sobre ello». Le hice la observación a S. A. R. que si se fijaba bien en las cuatro primeras frases de la carta del Emperador, allí encontraría debidamente motivadas y con claridad sus intenciones así como que estaba decididamente de su lado y luego, en las reuniones que establezcamos procederé a ilustrarle sobre cómo ejecutarlo todo. Entonces el príncipe Fernando se explicó con más detalle.

Puntualizó que no tiene ningún facultad de disponer de la voluntad del pueblo español y le interesaba saber si las intenciones del Emperador no implican contradicción con la voluntad nacional. Añadió que no conocía absolutamente nada de los acontecimientos de España después de mucho tiempo en el que sólo leía los periódicos franceses que le han servido.

Me di cuenta de la necesidad de remarcar al príncipe dos asuntos con el objeto de avanzar en la negociación. Le comenté la cuarta frase en la carta del Emperador, en la que muestra el deseo de restaurar con S. M. los lazos de amistad y de buena vecindad entre los pueblos de Francia y España y él mismo entendió que se debian de entablar canales para la reconciliación.

Le dije todo lo que le podía contar y todo lo que se podía entender de la posición de España, ya que la influencia británica no estaba muy clara. Hice un resumen sobre la conducta que el gabinete británico había tenido durante años con el objetivo de dividir a Francia y España, arruinar su marina, perder sus colonias y debilitar su poder marítimo. No era difícil percatarse de la mano negra de Inglaterra en todo lo que sucedió en España desde 1792 y durante la revolución de Aranjuez de marzo de 1808 . Aún más clara era su oposición a cualquier pacto de familia entre la Francia y España, por lo que el Emperador no había hecho nada hasta el momento para eliminar cualquier pretexto a la influencia inglesa.

Los Príncipes, y especialmente el Infante don Carlos, están contentos con el desarrollo de la negociación. Éste último apoyó con especial satisfacción las propuestas que tendían a vencer los temores del príncipe Fernando, su hermano, confiando en la providencia. Sin embargo, los tres creyeron que era necesario recibir consejo antes de tomar una decisión.

Sentí la necesidad de ir un poco más allá, y les pedí a los príncipes que, conocidas sus intenciones y, entendiendo que se ajustaban a las de mi augusto Soberano, mi primera solicitud sería conocer el nombre de los españoles que, residiendo en Francia, podían darles consejo. Hice hincapié en la urgencia del asunto y la importancia de guardar el mayor secreto. En el tono más afectuoso les dije que mi larga experiencia me hacía temer que no se encontrase en las proximidades de SS. AA. RR. [sus altezas reales] las personas más interesadas ​​en prolongar su estancia en Valençay . Esta última insinuación les pareció probable y los príncipes bajaron los ojos.

La curiosidad les domina; no están lo suficientemente capacitados para defenderse por sí mismos: ya han admitido que habían recibido una carta del Emperador, aunque han ocultado hasta entonces el verdadero nombre del mensajero. Anoche y esta mañana estuvo el sacerdote de Valençay, al que enriquecen, quien les confiesa y consultan. Sospecho que otras personas de su Casa hablan de política cuando hablan con ellos. Sospecho que el médico, el mayordomo y otros no disfrutan con mi presencia en el castillo. Me llevaron a una posada en el que podría ser descubierto fácilmente con tanta ida y venida a la residencia de los príncipes.

Supongo, pues, que vuestra excelencia aprobará la sugerencia de nombrar con urgencia a consejeros de entre las personas dignas de ello y que no tengan interés en dar malos consejos.

 

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