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Etiqueta: el regreso de Fernando VII

El regreso de Fernando VII (VIII) La negociación

Valençay, 25 de noviembre de 1813

En la primera conferencia que tuve ayer con el señor duque de San Carlos, después de su reunión con los Príncipes, me dijo que habían validado el texto que les había enseñado, y que, puesto que yo tenía que someterlo al juicio del Emperador, podía remitirlo tan pronto como juzgara conveniente —ya lo había enviado por adelantado a V.E. para así ganar veinticuatro horas—.

El señor de San Carlos no me ha ocultado que, lleno de rectitud, honradez, religión, nuevo aún a los asuntos de la razón de Estado y de la conciencia de los soberanos, llevado por las circunstancias a un desafío total, y siendo su defensa el encerrándose en sí mismo, el príncipe Fernando concebía mal cómo el compromiso asumido en su nombre de no tratar  con sus aliados [Inglaterra] podía dejar de cumplirse. Su inquietud sobre este tema —continuó el señor duque— debe de ser para el Emperador una muestra de la fidelidad del Príncipe a los compromisos que asuma con S. M. Me ha presionado mucho para que apoyara en el informe que tenía que hacer los motivos que hacían desear una cláusula solemne respecto a este tema. Ya lo hice ayer. El resto debe de completarse con el tratamiento del rey Carlos IV y el de la Reina, su esposa, así como sobre el plazo necesario para el intercambio de las ratificaciones. V.E. querrá sopesarlo. Tenga también la bondad de enviarme mis poderes.

No disimulo que, discutiendo un proyecto del tratado de paz, yo debería introducir algún artículo para garantizar a los súbditos franceses e italianos de S.M. el Emperador la restitución de todas sus propiedades confiscadas o bajo secuestro en territorio español. Y no se lo he dejado de plantear al señor de San Carlos. Él me protestó que era un asunto que el príncipe Fernando ordenaría lo más rápidamente posible después de la paz, pero que le afectaba hablar de unos males que habían pasado en persona los Príncipes, que tenían aún el corazón grande de lo que habían sufrido, a espaldas del Emperador, desde hace cinco años y medio. Lo hablaremos durante algunos días, y no dudo que, si V.E. juzga conveniente, no se puede añadir al artículo 4 una clausula expresa sobre los temas de S. M.

Si bien este proyecto de tratado no recuerda a ninguno de los tratados anteriores entre Francia y España, en particular, el de Basilea, donde se acordó la rectificación de frontera, tomando como base la vertiente de las aguas, en mis instrucciones no se recogen otros asuntos; por otra parte, el señor de San Carlos teme el mal efecto de todo ésto, que volvería a poner en la memoria de los Españoles los tratados de Bayona.

La importancia extrema de no tocar nada que haga reaparecer las sombras de la independencia en los primeros momentos de la negociación me hicieron no poner sobre la mesa algunas propuestas relativas a los intereses comerciales de Francia en España. Me he limitado a decir al señor de San Carlos que me limitaba a consultar a V.E. la omisión que había hecho.

Todo lo que respecta a los medios para su ejecución, después de que el tratado sea firmado, fue el asunto que ocupó mis últimas conversaciones con este plenipotenciario.

El príncipe Fernando ha desistido completamente de la idea que había concebido [de llevar él mismo el tratado], y no ha hecho más preguntas sobre su partida para España que para después del intercambio de ratificaciones. Él no puede consentir que su hermano sea el portador del tratado. Don Antonio no puede ser elegido para una misión tan delicada. Sin embargo, es necesario hacer una elección que esté a la altura de la importancia de la misión y tomar medidas para después de la firma del tratado: un comisario real irá de incógnito al cuartel general del señor duque de la Albufera y se presentará a los puestos avanzados españoles, como tránsfuga, o como enviado de los Príncipes. Este comisario debe reunir diferentes cualidades para ser bien acogido en Madrid, e inspirar aquí a los Príncipes una confianza semejante a los grandes intereses que éstos depositarán en sus manos, lo que todavía no está decidido. Pienso que el señor duque de San Carlos es el más conveniente. Pero su mala salud, las dudas sobre su situación política en Madrid y la necesidad que los Príncipes tienen de él hacen dudar sobre su candidatura.

El señor de Palafox, que se encontraba en la lista que V.E. me transmitió, llamó la atención de los Príncipes. Su rango social habla en su favor. Su conducta militar, su detención en Vincennes, su aislamiento de todo contacto con el gobierno francés, hacen que se presente como un hombre con grandes honores en su país. Se puede presentar como un tránsfuga y no descubrir más que en Madrid, en el mayor secreto, su verdadera misión. Los Príncipes lo conocen; pero era un jefe de poco rango, e ignoran si ha pasado a ser un hombre con cabeza. Él les hacía la corte [a los Príncipes] pero no pudieron determinar si actuaba con sinceridad. Piden verlo y examinarlo y se me ha encargado que solicite al Emperador las órdenes necesarias para que llegue a Valençay lo más pronto posible. Se le examinará, indagará y elegirá si es digno. El señor de San Carlos está resuelto a ser el comisionado de Fernando, corra el riesgo que corra, si el señor de Palafox no es elegido, lo que se someterá a estudio.

El canónico Escoiquiz no es, en la opinión de los Príncipes, un hombre que pudiera tener éxito en la misión. No dejo de tener presente que, desde que se desvanecieron las suspicacias de los primeros días, han mencionado su nombre con afecto. Yo ya lo habría hecho llamar, si ellos mismos no desearan que se presentara sólo en el momento de la firma del tratado, para que no se extienda entre la sospechosa imaginación de los españoles la idea de que él ha ejercido sobre ellos la influencia que el Emperador previamente ha ejercido sobre él.

La lista que V.E. me envió, por otra parte, no recoge personajes que pudieran servir para el consejo de los Príncipes, por defecto de talentos, o de las calidades requeridas, o porque no los conocen, o porque no son adictos a su credo político.

El señor duque de San Carlos acaba de rogarme de parte de los Príncipes que pida a V.E. una lista más extensa y que presente menos nombres desconocidos o inapropiados que el anterior. Ellos quieren seleccionar para el avance de los negocios un servicio que disponga del honor del que desearían rodearse, cuando vayan para España. Este plenipotenciario también pide en nombre de los Príncipes el nombre de los miembros de la Regencia, Ministros, consejeros de Estado y de los hombres que están a la cabeza de los diferentes partidos. Manifiestan que esta petición no se hace por curiosidad sino por necesidad, ya que es importante proporcionar al comisionado [que vaya a Madrid] las instrucciones más adecuadas.

El señor duque de San Carlos esperaba impacientemente al señor Macanaz, quien está destinado a retomar sus funciones cerca de los Príncipes, ya que no tienen a nadie para hacer en español y en la forma debida los despachos que se necesitan preparar.

He conversado mucho con el señor duque sobre el proyecto matrimonial. Él le ha hecho la propuesta al príncipe Fernando, que ha entendido la ventaja de la doble garantía que supondría y dio prueba de que, de todos los medios de manifestar la sincera reconciliación que ya opera en el fondo de su corazón, ninguna puede contribuir más a su felicidad particular. El propio Príncipe manifestó que, una vez en el trono, tendría que hacer y haría muchas cosas para favorecer la buena armonía con Francia. Al casarse, no estará mucho tiempo sin recibir presiones para garantizar la sucesión del trono y en este momento lo demostrará. Me halaga que aquello que es de gran interés para él [príncipe Fernando] se presente naturalmente en las conversaciones y no tardara en presentarse la ocasión para influir en ello. Ayer me limité a hacer la corte a los Príncipes en el paseo, a invitación suya, y me abstuve de todo lo que se refiere a los asuntos del momento. Preferí responder sus numerosas cuestiones sobre España. Me parecieron alegres, abiertos, estimulados con los recuerdos de su patria y singularmente dispuestos a la benevolencia. Veo que ya no tienen el miedo que les inspiraba a la llegada.

He recibido de noche la carta que me hizo el honor de escribirme, el 23 de este mes¹. Tenga la convicción de que tengo el más ardiente deseo de responder a las bondades de S.M. y que sigo sus instrucciones. La rapidez de los informes impide detenerse en los detalles; pero desde el principio recojo todas las consideraciones que los Príncipes hacen en sus conversaciones, y éstas serán el fruto de los éxitos de la misión que se me ha confiado. Sin duda habrían escrito mejor escribiendo algunos días más tarde (aunque ignoro el contenido de la carta de S.M, pero, para juzgar a los hombres, hace falta penetrar un poco en su corazón y admita que los Príncipes necesitan un poco mas de tiempo para atrever a expresar por escrito sus sentimientos más expresivos. Espero que escribirán mejor de España.

¹ Su Majestad habría deseado que insistiera más vivamente y que hubiera esperado la llegada del señor duque de San Carlos… Se entiende que, para hombres que no están preparados,  toda cuestión complicada, cualquier instancia, en el primer momento pueda observarse como una trampa… Lamento que el Príncipe se haya apresurado tanto a responder a Su Majestad… Es por un tratado entre el Emperador y ellos, que habían abdicado; es por un tratado en el que ellos recuperan sus derechos al trono… Los éxitos de su misión serán un gran servicio a España y a su país, y un motivo de la benevolencia de su Emperador.

El duque de Vicence al conde de La Forest

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El regreso de Fernando VII (VII) El arte de marear la perdiz

 
Valençay, 24 de noviembre de 1813
En la audiencia que los Príncipes me han hecho el honor de conceder ayer a mediodía, me dieron prueba de su total satisfacción sobre las informaciones que le había dado la víspera y de la cuenta que les había dado el señor de San Carlos sobre mis conversaciones con él. Me rogaron que informara al señor Emperador del más vivo reconocimiento que conservarán siempre sobre la generosidad de su proceder. El príncipe Fernando me dijo que nombraba al señor duque de San Carlos su plenipotenciario y que invitaba con él a cerrar la redacción del tratado.
Entre el señor de San Carlos y yo elaboramos un primer borrador, a partir de las minutas que había preparado. Antes de la cena [el duque de San Carlos] ya les ha remitido un informe. Continuamos trabajando por la tarde. Como resultado de sus observaciones elaboramos un segundo proyecto que remitirá al Príncipe hoy a las diez para reunirnos posteriormente a mediodía. Como no creo que introduzca ninguna novedad —que tampoco descarto—,y tampoco están cerrados a las adiciones y alteraciones propuestas hasta ahora, me apresuro, para ganar tiempo, a enviar a V.E. una copia de los dos proyectos. Seguiremos sin demora el proyecto definitivo según el Emperador lo ordene y el cual V.E. hará el favor de remitirme.
La propuesta del señor de San Carlos de modificar los títulos y de mostrar desde el principio al príncipe Fernando como Rey, en interés mismo del negocio. Hace la observación de que los tratados hechos por la Regencia con distintas potencias, en nombre de Fernando VII, consagran su calidad de Rey y que se proporcionarían —obviamente— pretextos para retrasar la ratificación así como un nuevo ataque al orgullo español, cuando se trata de mostrar una nueva actitud. Habla incluso de varios decretos de Cortes, según los cuales el fondo del asunto se comprometería si se elegía mal la forma. Y, al contrario, piensa que nada hará más efecto entre los españoles y no les inspirará más confianza que unas formas que pongan de manifiesto que se ha tratado dignamente, de potencia a potencia, sin minucias y sin reticencias. Este primer considerando me parece, como al señor de San Carlos, el fondo del lenguaje diplomático, para borrar en España el pasado, después de la reconciliación, y apaciguar lo más rápido posible los odios. La delicadeza del señor de San Carlos respecto a dos órdenes con las que está condecorado pueden no gustar en España; pero es encomiable. V.E. juzgará¹. Para dar lugar a las menores ocasiones posibles a desconfianzas o a intrigas miserables sobre el examen que se hará del tratado por las autoridades reales en España, el señor duque de San Carlos propone una adición al segundo párrafo del artículo segundo. [«La monarquía española será hereditaria siguiendo el orden de sucesión de las leyes fundamentales españolas»] Por otra parte, está convencido como yo, que este apartado es suficientemente explícito por sí mismo, y, que en ni en los casos más remotos, implica perjuicio alguno a los intereses de Francia o España.
El cuarto apartado del artículo 3 puede quedar como está. La adición propuesta no es más que un gesto de confianza que hará el placer de los españoles y les hará más tenaces en exigir la evacuación del territorio de ingleses y portugueses. El señor de San Carlos considera que el Emperador, partiendo del principio más noble, recuperará más rápidamente el afecto de los Españoles y en esa confianza se retirarán más rápidamente sus guarniciones. El último apartado del mismo artículo es muy acertado y demuestra, según la expresión del señor de San Carlos, que es el mismo Emperador quien se digna defender los intereses de España. Pero si las intrigas de Inglaterra hubieran arrancado de la Regencia la cesión formal de algunas posesiones ¿no sería un motivo para que esta autoridad se negara a la ratificación del tratado? ¿No es mejor añadir la palabra propuesta que evita este inconveniente y deja al príncipe Fernando la posibilidad de decidir más tarde si las cesiones hechas en su nombre —pero no acordadas por Él personalmente—, son válidas?
El nuevo artículo, cuya inserción se propone entre los artículos 6 y 7 merece una  reflexión madura. Alivia la conciencia de los Príncipes y previene en España el mayor de los batallas que el partido inglés podría presentar. Aquí me he librado de todo escrúpulo porque las intenciones son puras. Pero qué ocurrirá en Madrid donde hay tantas intenciones precisamente sospechosas? Ruego V.E. tomar muy en cuenta la proposición del señor de San Carlos. Los Príncipes se suman a todo aquello que ven de absoluta justicia y a todo lo que les dije sobre la manera de librarse de Inglaterra, Portugal y Rusia. Ha habido un largo debate sobre las palabras «después del intercambio de ratificaciones», que creí debía introducir como indispensables, si se admitiera el artículo. España, ha dicho —entre otras cosas— que depende de los Ingleses ¿y debe también pedirle autorización para librarse de la destrucción? Que el gabinete británico sea consultado, y querrá seguramente que les salga sangre por todos los poros por cuestiones que, en su propio interés, prejuzga seguramente en favor de Francia.
Por lo demás, la cantidad de debates sobre el propio tratado y sobre el uso que debía hacerse posteriormente ralentizaba tanto el asunto que he hecho poner el segundo punto justo después de la conclusión del primero. Sobre lo que afecta al final, espero poder escribir a V.E. mañana sobre el segundo, sin olvidar que se requiere gran celeridad.
¹ El señor de San Carlos exigía que se mencionaran entre sus títulos y grandezas la orden de Carlos III y la de Alcántara, pero aceptó que se mencionaran vagamente por deferencia a los decretos del rey José I, que las habían suprimido.
² El apartado llevaba: «La evacuación y la entrega de los lugares ocupados por las tropas francesas, tan pronto como las tropas inglesas y portuguesas habrán evacuado el territorio español».  La adición propuesta era: «…. o tan pronto como S.M.C. reanudando personalmente las riendas del gobierno, reciba garantías de su ejecución».
³ «El presente tratado será, después del intercambio de ratificaciones, notificado a S. M. Británica y a otras potencias a las que S.M. juzgue conveniente invitar a acceder.»

 

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El regreso de Fernando VII (VI) Fernando VII designa al duque de San Carlos como su plenipotenciario para negociar el tratado

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Valençay, 23 de noviembre de 1813
El día de ayer fue provechoso. Llegué al castillo antes del mediodía para conversar con el señor de San Carlos antes de entrar con los Príncipes, pero no pude hablar con él ya que estaba aún con ellos. Como ya pasaba de media hora larga del tiempo que me habían asignado, me hice anunciar. Sólo quería saber si los Príncipes le habían otorgado poderes. El señor de San Carlos me dijo que lo habían escuchado con una extrema atención —en primer lugar—, con una satisfacción evidente —a continuación— y que se encontraban profundamente emocionados de la generosidad de las propuestas del Emperador y de la franqueza con la cual se abordaba el asunto; que reconocían a S.M. su deseo de volver a poner a Francia y España en la marcha de sus intereses naturales; que la rectitud del príncipe Fernando excluía toda sospecha sobre la fidelidad con la cual él mantendría sus compromisos que se disponía a tomar y las promesas que haría; pero que, por otra parte, si don Fernando y don Carlos habían madurado mucho desde hace unos años en luces, juicio y solidez de carácter, ellos se habían vuelto desconfiados y cuidadosos con las imprudencias, y que el peor medio para tomar una decisión era dicidir bajo presión e ir demasiado deprisa. El duque percibió la frialdad de los Príncipes hacia él, pero no se asombraba, porque les encontraba con el mismo temor que hacia cualquiera. Le parecía, no obstante, que su rigidez se había quebrado y esperaba mucho de la entrevista que yo iba a tener con ellos.
Esta vez los Príncipes se mostraron sin reservas. Repitieron bondadosamente su pesar por su actitud antes de conocer mis intenciones. Agradecieron las explicaciones que les había dado el víspera. Les he dicho que tenía hoy la satisfacción de informarles después de haber leído el desarrollo completo de las propuestas de S.M. El despacho completo de V.E. ha sido el guión de las conversaciones, aunque su contenido me lo reservo. No les mostré el proyecto del tratado; me limité a explicárselo e informar que estaba listo para firmarlo con la persona a la que el Príncipe honrara con sus poderes. EI me respondió que el duque de San Carlos había llegado [a Valençay], que había oído las mismas cosas por boca de S.M, que le había rendido cuentas y que estaban completamente dedicados a meditar cómo llevarlo a cabo. Aproveché la ocasión para insinuar que el secreto y la celeridad eran los mejores aliados para el éxito y que era imposible que un hombre del carácter del señor de San Carlos estuviera más a propósito para el servicio de Sus Altezas. Todavía no les he complacido con la idea de que llamen a otras personas para su consejo, y le reconozco a V. E. que me parece ahora más un inconveniente que útil.
El príncipe Fernando sólo ha puesto en duda dos puntos que no casan bien con su espíritu:
  1. ¿Cómo romper con Inglaterra? Tiene un tratado con España cuyas cláusulas ignora y, aunque niega toda parcialidad en su favor, considera que la buena fe le impide pagar sus servicios con ingratitud. Expliqué al Príncipe la diferencia que había entre el objetivo de España y el objetivo de Inglaterra, la verdadera naturaleza de los servicios de esta última, la facilidad de conservar el respeto en casos de este tipo, y la doctrina de todos los gobiernos que alcanzan las condiciones que son para ellos el objeto de la guerra.
  2. El Príncipe duda mucho que la ratificación de la Regencia puedan conseguirse tan rápidamente enviando un comisario —cualquiera que él diga—, que en lugar de presentarse él mismo. Cuando le he dicho que el príncipe don Carlos podría suplirlo fácilmente, lo tomó en sus brazos, y sáltándosele las lágrimas, exclamó que su afán por recuperar el trono no le haría jamáis correr el riesgo de separarse de un hermano tan amado. Tengo sobradamente justificado que, en interés de S.A.R., no entren en España hasta después de la ratifícación del tratado y como comandante en jefe.
Los Príncipes pidieron finalmente consultar sobre todo lo que yo les proponía. Estuve a continuación mucho tiempo con el señor de San Carlos, quien se presentó de una manera de la cual estoy contento. Me pidió entrar en debate conmigo sobre todos los aspectos de la negociación, sólamente para conocer los argumentos que podían ilustrar a los Príncipes. Ha estado de cuatro horas y media a cinco horas y media conferenciando conmigo y luego hemos hacho una revisión por la noche. Me anunció que los Príncipes lo habían designado como su plenipotenciario y me pidió que le indicara la forma en la que sus poderes debían redactarse. Hemos acordado que serían igual en la forma a los míos y, como no serán necesarios hasta el momento de su firma, después de la sanción que V.E. haga al proyecto de tratado que se decida aquí, no hay realmente pérdida de tiempo. Me comunicó también que el Príncipe le había hecho el encargo de pedir «a título privado» al señor Macanaz, antiguo secretario de S.A.R., actualmente en vigilancia en París. Suplico V.E. tener en cuenta esta demanda inmediatamente. Por otra parte no veo ningún otro escollo a tratar, fuera de los dos que los Príncipes me han presentado. No veo problema en que en el preámbulo del tratado el Príncipe sea tratado como S.A.R. don Fernando, príncipe de Asturias, para pasar a mencionar a continuación su título de Rey y Majestad Católica, después del artículo que recoge su reconocimiento por el Emperador, quien a partir de entonces aparece bajo el nombre de Fernando VII, Rey del España y las Indias. Me atrevería a pensar a este respecto que hace falta que se presente sin que le produzca un choque a las autoridades en España.
En cuanto a los dos puntos restantes, el relativo a Inglaterra, el señor de San Carlos lo comprende bien. Observa, no obstante, que para no dar lugar en España a inútiles pretextos basados en el tratado con Inglaterra, él ve necesario añadir un artículo al final por el que este tratado será dado a conocer S.M. Británica, así como las ratificaciones a las que se le invitará a acceder, etc., etc. El señor de San Carlos presupone que el Emperador no pondrá objeción a un artículo de este tipo, que el uso constante y las circunstancias solicitan adoptar.
Habló vehementemente sobre la importancia de dejar al príncipe Fernando llevar él mismo a España el tratado y allí ratificarlo por las autoridades nacionales. Hizo valer su honor, la probidad, religión y obstinación de un príncipe incapaz de incumplir cuando ha dado su palabra, que hará sea obedecida por los que él mande.
Frente a las nuevas propuestas, dije todo lo que ya había dicho antes. Sin embargo, el señor de San Carlos dijo que era el método que el Emperador mismo le había marcado. Para convencerle de que le había entendido mal, le leí el párrafo de la carta de V.E. donde se aclaraba su error.
Los Príncipes me recibirán a mediodía y sabré más sobre los medios que decidan para decidir un proyecto común en el día.
Le di a leer al señor de San Carlos la minuta que había hecho.
Hoy me alojaré en el castillo.

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El regreso de Fernando VII (V) El duque de San Carlos llega a Valençay

En estas fechas se ha producido un cambio ministerial, y el duque de Bassano le ha cedido la responsabilidad del ministerio de asuntos exteriores a Caulaincourt, duque de Vicence, quien desde entonces despacha con La Forest.

Valençay, 22 de noviembre de 1813
El duque de San Carlos llegó ayer, de noche cerrada, bajo el nombre de Ducos. El señor Reiset lo preparó todo para que su llegada se hiciera sin llamar la atención y entró directamente al castillo, donde se quedó, lo que me hace suponer que los Príncipes no lo rechazaron. Hacia las ocho y media de la tarde me dio la carta de V.E. de fecha del día 20, a la que me ajustaré en el futuro y me dijo que se pasaría por mi casa antes de acostarse. Lo esperé inútilmente hasta medianoche. Las rigurosidad de la guardia del castillo le habrán impedido salir.
Son las once horas de la mañana y aún no lo he visto. Despertaría desconfianza entre los Príncipes si fuera a buscarlo. Me hacen decir tras un momento que ellos me recibirían hoy a mediodía. He preparado para el acontecimiento el proyecto del tratado a concluir para que las cosas marchen rápidamente.
Los Príncipes se han levantado esta mañana a las cuatro. A las seis hicieron llamar al señor cura y estuvo con ellos hasta las ocho y media, lo que me resulta sospechoso.
Todo el mundo conoce al duque de San Carlos, tanto en el castillo como en el pueblo y como él también fue traido con un nombre falso, sospecha que el mío, Del Bosque, también lo es. 
Los mozos de las postas de Blois han venido a pasar la noche precisamente al albergue donde me alojo y el que condujo ayer el correo fue unas veinte veces sobre mis propiedades y temo que tenga identificado a mi criado. Es un verdadero inconveniente no estar dentro del castillo, al refugio de las miradas del público. Me entenderé con el señor de San Carlos.
 

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El regreso de Fernando VII (IV) Las reticencias de Fernando

Valençay, 20 de noviembre de 1813

Hoy he tenido una conversación con los príncipes aún más larga que ayer. Me han dado una calurosa bienvenida y hemos hablado de cosas triviales. Tan pronto como abordé el tema de las negociaciones, el príncipe Fernando adoptó un trato más solemne que el mantenido hasta ahora. Al invitarme a su mesa, me puso en frente de el, estando él sentado con su hermano a su derecha y su tío a la izquierda, con con ceremonial que no se había observado anteriormente. Luego me dijo con gran seriedad, y sopesando sus palabras, que había pensado lo que le había dicho y que no tenía miedo a manifestar su posición, porque venía de su reflexión y conciencia, que apreciaba las intenciones del Emperador, que era necesario responder a las autoridades que ejercen provisionalmente en España la Regencia en su nombre, y por último que no podía tomar una decisión sin el concurso de una comisión enviada por el gobierno que el pueblo español obedece.
Ésto es más de lo que esperaba del príncipe, pero no daba una respuesta categórica a la cuarta frase de la carta del emperador y tampoco se deducía claramente su posición respecto a Francia. Fingí creer que anticipando el orden natural de los planes, entraría en el examen de los medios de ejecución, además de decir que se adhería a las razones que motivaron al Emperador. Recordé, entonces, frase por frase, las expresiones textuales de la carta de S. M., bajo el pretexto de ayudarles a comprender con éxito el texto, entrando a comentar lo que fuera necesario para que el príncipe pudiera entenderlo. Finalmente añadí que el objetivo del emperador no era otro que eliminar cualquier pretexto a la influencia inglesa y restaurar los lazos de amistad y buena vecindad que siempre habían existido entre la Francia y España. S.M. no podía ofrecer estas condiciones a un príncipe que se moviera por sentimientos diferentes. El príncipe miró a su hermano y su tío. Don Carlos le dijo que todo aquello era justo pero que se trataba de una respuesta condicionada a las circunstancias . Yo le respondí que sería posible que el Emperador entendiera ese punto de vista, pero que, en mi opinión personal, había que asegurar los elementos esenciales. El príncipe Fernando dijo que el profesaría al Emperador reconocimiento y amistad, que no era una cosa que pudiera ser juzgada a los ojos del interés de la monarquía española y del consejo privado de su soberano.
El príncipe no salía de este círculo e hice esfuerzos para que penetrando en su corazón descubriera sus deseos. Él insistió en que no iba a arriesgarse, haciendo algo en lo que no se viera con claridad el resultado, que como la influencia inglesa en España era grande debía de mantenerse circunspecto, que estaba bajo la protección del emperador, que se encomendaba a lo que el destino quisiera hacer de él, que era muy consciente de su situación y que pasaría, si era necesario, el resto de su vida en Valençay.
Se ha mostrado molesto cuando por dos o tres ocasiones le he intentado hacer hablar un poco más. Entonces, agradeciéndome muy educadamente que actuara en su favor, con un movimiento brusco me dijo que iba a preparar una respuesta y no iba a decir nada mas.
Le pregunté si me remitiría la carta que se disponía a escribir al emperador. Me dijo que pensaba tenerla lista para mañana.
Tenga presente V.E. que el príncipe ha manifestado que no va a actuar con la asistencia y presencia de una comisión del gobierno establecido [en España] en su nombre y que tampoco ve bien la opción de que él elija un consejo de españoles de entre los que se encuentran en Francia. Le insistí en ésta última opción, pero clamó con vehemencia que no tenía confianza en ninguno de ellos, sin excepción. Respondiendo a sus palabras, le dije que sería muy interesante saber con que gente se podía contar en España, ya fuera directa o indirectamente. Intenté de las mejores maneras que el príncipe recordara a alguien, pero parece que actúa de buena fe cuando dice que no mantiene relaciones con nadie y no sabría a quién designar.
Tras escribir esta carta, La Forest vuelve a mantener una reunión con los príncipes, de la que también informa.
Después de la conversación que tuve el honor de tener ayer con los príncipes, he hecho un esquema de mi plan para hoy.
  1. Mi primer objetivo es eliminar la desconfianza que puede generar la propuesta del Emperador.
  2. Mi segundo objetivo es hacerles ver que, en el estado actual en el que se encuentra España, el interés de restablecer la paz con Francia no es menos urgente, ya que al al alcanzar la armonía se pondría fin al conflicto.
  3. Mi tercer objetivo es preparar una hipotética propuesta de consulta previa a las autoridades reales, ya que formará parte de los acontecimientos que van a suceder.
  4. Mi cuarto objetivo es hacer entender que el juicio emitido contra de todos los españoles residentes en Francia le parece muy severo al emperador y que no es acorde a los beneficios que tiene un buen consejo ni con las relaciones que se le suponían.
Estos puntos me parece que están implícitos en mis instrucciones.
Ya estaba en el castillo, junto al salón de los príncipes, quienes ya estaban listos para recibirme, cuando recibí el correo V.E. de 19 de este mes. Ya no podía esperar. Una mirada fue suficiente para convencerme de que no sólo estaba en el buen camino, sino que podía recorrer otro trecho y entré.
Los encontré incluso mejor que ayer. El príncipe Fernando, llevaba en la mano la carta cerrada adjunta, que me pidió que fuera enviada lo más rápido posible al emperador. Me dijo que esperaba que S. M. la recibiera con benevolencia ya que era fruto de la sinceridad de su corazón.
Observé con una sonrisa que S. A. R. plasmó menos dudas que las que me había transmitido sobre sus sentimientos hacia Francia. Se tomó la molestia de justificarse inmediatamente, confesando que a él también le había aparecido que había hablado secamente sobre este aspecto y que en el supuesto de que la S.M. no pedía nada a España y tampoco actuaba contra el interés de ésta monarquía, no había ninguna razón por la que llevara al trono, si su destino estaba allí arriba, sentimientos contrarios a Francia. Dijo que la religión, de acuerdo con la política, le obligaba a olvidar lo que había sido para él un ataque a sus derechos de nacimiento. Continuamos la conversación sobre este capítulo, y concluyó que si hubiera estado en el lugar del Emperador, habría hecho, por razones de Estado, lo mismo que él.
Entré suavemente en todos los puntos que quería tratar. No creo que haya omitido nada interesante y me enorgullecería tal éxito si los príncipes estuvieran menos a la defensiva y obstinados y más ilustrativos y desenvueltos.
Al príncipe Fernando se le escapó una ingenuidad. El estaría menos en guardia, me dice, contra mis palabras, si me conociera desde hace tiempo, y me citó a este respecto dos o tres pasajes de la Escritura. Alabé al príncipe por el celo que ponía en no creer todavía por el celo que yo le daba en favorecerle, pero le hice ver que el Emperador no hacía jamás nada a medias y que quería que se presentara a la nación española como un liberador que ponía término a los sufrimientos y restablecía la monarquía sobre la honorable base de su existencia anterior. Expliqué que el medio de llegar a ello no consistía en llamar, en primera lugar, a un comisión de las autoridades a las que España obedece, sino en comprometerse en todo lo que pueda ser mejor para España por parte de Francia para gozar del beneficio de una paz honrosa y de transmitir a  continuación los resultados ventajosos a las autoridades nacionales, en su soberanía tanto de ser obedecido cuanto que se hace un bien. A estas propuestas el Príncipe no ha dicho ni si ni no. No abandona facilmente una opinión cuando le ronda la cabeza.
Sospechaba que había exagerado su alejamiento de todos los españoles que están en Francia y ahora lo sospecho más. Sin embargo, he llegado a compadecer al Sr. Escoíquiz de que estuviera excluído. El Príncipe rápidamente rechazó su nombre. Me abstuve de proponer al duque de San Carlos en esta sesión de honor. Me gustaría dejar al duque hacer su paz y ayudarle. Dejé a los príncipes diciéndoles que había recibido un envío y pidiéndoles permiso, fui a leerlos. Acabo de leer, en efecto, la carta de V. E. y en verdad, sería recomendable proceder de manera más rápida con los Príncipes. Temo mucho la dilación con los de abajo, que observan una instancia como una trampa.
Creí necesario devolver inmediatamente el correo con la carta del Príncipe y los detalles. He comprobado que la estafeta de Bayona no pasa por Blois, como V.E. pensaba, pero el puesto sale todas las noches. Me resultaría muy útil si el señor comandante de Valencay, cuando sube la maquina para dejar salir y entrar a las personas y la mercancía, diera vía libre al envío de mis despachos en Blois, donde al momento se ponen la estafeta, sin dejar rastro del lugar del que vienen. Sería interesante tanto para evitar encontronazos casuales y ser reconocido, como para obtenerme un más libre acceso al Príncipe, que se encuentra en el castillo.
Le estoy agradecido de la bondad con la que V.E. se informa de mi salud. Exige de mi continuas gestiones. Me inclino con dificultad. Tengo aún el hombro izquierdo cargado y no puedo mover los dedos. Los médicos quieren que reanude las aguas, el año que viene. Mientras me han mandado orujo de uva.
 

Carta del príncipe Fernando a Napoleón:

Valençay, 21 de noviembre de 1813
Señor,
El conde de La Forest me ha entregado la carta con la que V.M.I.R. [Vuestra Majestad Real e Imperial] me ha honrado, con fecha del día 12 de este mes y le estoy muy reconocido por el honor que V.M. me hace al querer tratar conmigo para alcanzar el objetivo que V.E. desea de poner fin a los sucesos de España.
V.M.I dice en esa carta que la Inglaterra ha fomentado la anarquía, el jacobinismo y la ruina de la monarquía española y afirma que no puede permanecer indiferente ante la destrucción de una nación tan cercana a sus estados y con la que tiene tantos intereses marítimos comunes. Desea, por tanto, no darle ningún pretexto a la influencia inglesa para restablecer los lazos de amistad y de buena vecindad que desde tanto tiempo han mantenido las dos naciones.
Sobre estos asuntos, Señor, te doy la misma respuesta que le he dado a V.M.I.R. por medio del señor conde Laforet; estoy bajo la protección de V.M.I. y le mantengo siempre el mismo amor y respeto del que a V.M.I he dado pruebas, pero no puedo hacer nada sin el consentimiento de la nación española y por lo tanto de la Junta.
V.M.I R. me hizo venir a Valencay y, si usted quiere , Señor, me repondrá en el trono de España, ya que dispone de los medios que yo no tengo para tratar con la Junta. O bien, si su V.M.I. quiere tratar conmigo, como en Francia no tengo ninguna persona de confianza, necesito que vengan aquí, con aprobación de V.M.I., los diputados de la Junta, para informarme de los asuntos de España y así encontrar la manera más acertada para que lo que yo trate con V.M.I. pueda ser aceptado en España. Si las actuales circunstancias de la política de su imperio no permiten a V.M.I. acceder a estas demandas, permaneceré tranquilo y contento en Valençay, donde he pasado cinco años y medio, y donde continuaré el resto de mis días, si Dios quiere.
Siento, Señor, hablarle en estos términos, pero mi conciencia me obliga a hacerlo. No tengo más interés por los ingleses que por los franceses y antepongo el interés y honor de mi nación. Espero que V.M.I.R. vea en ello una prueba más de mi sinceridad e ingenuidad y del amor y devoción que le tengo. Si yo le prometiese algo ahora, Señor, y después me viera obligado a hacer lo contrario ¿qué pensaría V.M. de mi? Diría que son un incostante y se reiría de mi y entonces perdería mi honor a los ojos de Europa entera.
Sólo tengo halagos, Señor, para el conde de La Foret, quien ha puesto mucho celo y entusiasmo defendiendo sus intereses, por lo que tiene todo mi respeto.
Mi hermano y mi tío me encargan ponerles a los pies de V.M.I. Le pido, Señor, que Dios le tenga en su guarda.
Señor, el más humilde y obediente servidor de V.M.I.R.
El príncipe Fernando.

 

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