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El regreso de Fernando VII (VIII) La negociación

Valençay, 25 de noviembre de 1813

En la primera conferencia que tuve ayer con el señor duque de San Carlos, después de su reunión con los Príncipes, me dijo que habían validado el texto que les había enseñado, y que, puesto que yo tenía que someterlo al juicio del Emperador, podía remitirlo tan pronto como juzgara conveniente —ya lo había enviado por adelantado a V.E. para así ganar veinticuatro horas—.

El señor de San Carlos no me ha ocultado que, lleno de rectitud, honradez, religión, nuevo aún a los asuntos de la razón de Estado y de la conciencia de los soberanos, llevado por las circunstancias a un desafío total, y siendo su defensa el encerrándose en sí mismo, el príncipe Fernando concebía mal cómo el compromiso asumido en su nombre de no tratar  con sus aliados [Inglaterra] podía dejar de cumplirse. Su inquietud sobre este tema —continuó el señor duque— debe de ser para el Emperador una muestra de la fidelidad del Príncipe a los compromisos que asuma con S. M. Me ha presionado mucho para que apoyara en el informe que tenía que hacer los motivos que hacían desear una cláusula solemne respecto a este tema. Ya lo hice ayer. El resto debe de completarse con el tratamiento del rey Carlos IV y el de la Reina, su esposa, así como sobre el plazo necesario para el intercambio de las ratificaciones. V.E. querrá sopesarlo. Tenga también la bondad de enviarme mis poderes.

No disimulo que, discutiendo un proyecto del tratado de paz, yo debería introducir algún artículo para garantizar a los súbditos franceses e italianos de S.M. el Emperador la restitución de todas sus propiedades confiscadas o bajo secuestro en territorio español. Y no se lo he dejado de plantear al señor de San Carlos. Él me protestó que era un asunto que el príncipe Fernando ordenaría lo más rápidamente posible después de la paz, pero que le afectaba hablar de unos males que habían pasado en persona los Príncipes, que tenían aún el corazón grande de lo que habían sufrido, a espaldas del Emperador, desde hace cinco años y medio. Lo hablaremos durante algunos días, y no dudo que, si V.E. juzga conveniente, no se puede añadir al artículo 4 una clausula expresa sobre los temas de S. M.

Si bien este proyecto de tratado no recuerda a ninguno de los tratados anteriores entre Francia y España, en particular, el de Basilea, donde se acordó la rectificación de frontera, tomando como base la vertiente de las aguas, en mis instrucciones no se recogen otros asuntos; por otra parte, el señor de San Carlos teme el mal efecto de todo ésto, que volvería a poner en la memoria de los Españoles los tratados de Bayona.

La importancia extrema de no tocar nada que haga reaparecer las sombras de la independencia en los primeros momentos de la negociación me hicieron no poner sobre la mesa algunas propuestas relativas a los intereses comerciales de Francia en España. Me he limitado a decir al señor de San Carlos que me limitaba a consultar a V.E. la omisión que había hecho.

Todo lo que respecta a los medios para su ejecución, después de que el tratado sea firmado, fue el asunto que ocupó mis últimas conversaciones con este plenipotenciario.

El príncipe Fernando ha desistido completamente de la idea que había concebido [de llevar él mismo el tratado], y no ha hecho más preguntas sobre su partida para España que para después del intercambio de ratificaciones. Él no puede consentir que su hermano sea el portador del tratado. Don Antonio no puede ser elegido para una misión tan delicada. Sin embargo, es necesario hacer una elección que esté a la altura de la importancia de la misión y tomar medidas para después de la firma del tratado: un comisario real irá de incógnito al cuartel general del señor duque de la Albufera y se presentará a los puestos avanzados españoles, como tránsfuga, o como enviado de los Príncipes. Este comisario debe reunir diferentes cualidades para ser bien acogido en Madrid, e inspirar aquí a los Príncipes una confianza semejante a los grandes intereses que éstos depositarán en sus manos, lo que todavía no está decidido. Pienso que el señor duque de San Carlos es el más conveniente. Pero su mala salud, las dudas sobre su situación política en Madrid y la necesidad que los Príncipes tienen de él hacen dudar sobre su candidatura.

El señor de Palafox, que se encontraba en la lista que V.E. me transmitió, llamó la atención de los Príncipes. Su rango social habla en su favor. Su conducta militar, su detención en Vincennes, su aislamiento de todo contacto con el gobierno francés, hacen que se presente como un hombre con grandes honores en su país. Se puede presentar como un tránsfuga y no descubrir más que en Madrid, en el mayor secreto, su verdadera misión. Los Príncipes lo conocen; pero era un jefe de poco rango, e ignoran si ha pasado a ser un hombre con cabeza. Él les hacía la corte [a los Príncipes] pero no pudieron determinar si actuaba con sinceridad. Piden verlo y examinarlo y se me ha encargado que solicite al Emperador las órdenes necesarias para que llegue a Valençay lo más pronto posible. Se le examinará, indagará y elegirá si es digno. El señor de San Carlos está resuelto a ser el comisionado de Fernando, corra el riesgo que corra, si el señor de Palafox no es elegido, lo que se someterá a estudio.

El canónico Escoiquiz no es, en la opinión de los Príncipes, un hombre que pudiera tener éxito en la misión. No dejo de tener presente que, desde que se desvanecieron las suspicacias de los primeros días, han mencionado su nombre con afecto. Yo ya lo habría hecho llamar, si ellos mismos no desearan que se presentara sólo en el momento de la firma del tratado, para que no se extienda entre la sospechosa imaginación de los españoles la idea de que él ha ejercido sobre ellos la influencia que el Emperador previamente ha ejercido sobre él.

La lista que V.E. me envió, por otra parte, no recoge personajes que pudieran servir para el consejo de los Príncipes, por defecto de talentos, o de las calidades requeridas, o porque no los conocen, o porque no son adictos a su credo político.

El señor duque de San Carlos acaba de rogarme de parte de los Príncipes que pida a V.E. una lista más extensa y que presente menos nombres desconocidos o inapropiados que el anterior. Ellos quieren seleccionar para el avance de los negocios un servicio que disponga del honor del que desearían rodearse, cuando vayan para España. Este plenipotenciario también pide en nombre de los Príncipes el nombre de los miembros de la Regencia, Ministros, consejeros de Estado y de los hombres que están a la cabeza de los diferentes partidos. Manifiestan que esta petición no se hace por curiosidad sino por necesidad, ya que es importante proporcionar al comisionado [que vaya a Madrid] las instrucciones más adecuadas.

El señor duque de San Carlos esperaba impacientemente al señor Macanaz, quien está destinado a retomar sus funciones cerca de los Príncipes, ya que no tienen a nadie para hacer en español y en la forma debida los despachos que se necesitan preparar.

He conversado mucho con el señor duque sobre el proyecto matrimonial. Él le ha hecho la propuesta al príncipe Fernando, que ha entendido la ventaja de la doble garantía que supondría y dio prueba de que, de todos los medios de manifestar la sincera reconciliación que ya opera en el fondo de su corazón, ninguna puede contribuir más a su felicidad particular. El propio Príncipe manifestó que, una vez en el trono, tendría que hacer y haría muchas cosas para favorecer la buena armonía con Francia. Al casarse, no estará mucho tiempo sin recibir presiones para garantizar la sucesión del trono y en este momento lo demostrará. Me halaga que aquello que es de gran interés para él [príncipe Fernando] se presente naturalmente en las conversaciones y no tardara en presentarse la ocasión para influir en ello. Ayer me limité a hacer la corte a los Príncipes en el paseo, a invitación suya, y me abstuve de todo lo que se refiere a los asuntos del momento. Preferí responder sus numerosas cuestiones sobre España. Me parecieron alegres, abiertos, estimulados con los recuerdos de su patria y singularmente dispuestos a la benevolencia. Veo que ya no tienen el miedo que les inspiraba a la llegada.

He recibido de noche la carta que me hizo el honor de escribirme, el 23 de este mes¹. Tenga la convicción de que tengo el más ardiente deseo de responder a las bondades de S.M. y que sigo sus instrucciones. La rapidez de los informes impide detenerse en los detalles; pero desde el principio recojo todas las consideraciones que los Príncipes hacen en sus conversaciones, y éstas serán el fruto de los éxitos de la misión que se me ha confiado. Sin duda habrían escrito mejor escribiendo algunos días más tarde (aunque ignoro el contenido de la carta de S.M, pero, para juzgar a los hombres, hace falta penetrar un poco en su corazón y admita que los Príncipes necesitan un poco mas de tiempo para atrever a expresar por escrito sus sentimientos más expresivos. Espero que escribirán mejor de España.

¹ Su Majestad habría deseado que insistiera más vivamente y que hubiera esperado la llegada del señor duque de San Carlos… Se entiende que, para hombres que no están preparados,  toda cuestión complicada, cualquier instancia, en el primer momento pueda observarse como una trampa… Lamento que el Príncipe se haya apresurado tanto a responder a Su Majestad… Es por un tratado entre el Emperador y ellos, que habían abdicado; es por un tratado en el que ellos recuperan sus derechos al trono… Los éxitos de su misión serán un gran servicio a España y a su país, y un motivo de la benevolencia de su Emperador.

El duque de Vicence al conde de La Forest

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