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El regreso de Fernando VII (VI) Fernando VII designa al duque de San Carlos como su plenipotenciario para negociar el tratado

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Valençay, 23 de noviembre de 1813
El día de ayer fue provechoso. Llegué al castillo antes del mediodía para conversar con el señor de San Carlos antes de entrar con los Príncipes, pero no pude hablar con él ya que estaba aún con ellos. Como ya pasaba de media hora larga del tiempo que me habían asignado, me hice anunciar. Sólo quería saber si los Príncipes le habían otorgado poderes. El señor de San Carlos me dijo que lo habían escuchado con una extrema atención —en primer lugar—, con una satisfacción evidente —a continuación— y que se encontraban profundamente emocionados de la generosidad de las propuestas del Emperador y de la franqueza con la cual se abordaba el asunto; que reconocían a S.M. su deseo de volver a poner a Francia y España en la marcha de sus intereses naturales; que la rectitud del príncipe Fernando excluía toda sospecha sobre la fidelidad con la cual él mantendría sus compromisos que se disponía a tomar y las promesas que haría; pero que, por otra parte, si don Fernando y don Carlos habían madurado mucho desde hace unos años en luces, juicio y solidez de carácter, ellos se habían vuelto desconfiados y cuidadosos con las imprudencias, y que el peor medio para tomar una decisión era dicidir bajo presión e ir demasiado deprisa. El duque percibió la frialdad de los Príncipes hacia él, pero no se asombraba, porque les encontraba con el mismo temor que hacia cualquiera. Le parecía, no obstante, que su rigidez se había quebrado y esperaba mucho de la entrevista que yo iba a tener con ellos.
Esta vez los Príncipes se mostraron sin reservas. Repitieron bondadosamente su pesar por su actitud antes de conocer mis intenciones. Agradecieron las explicaciones que les había dado el víspera. Les he dicho que tenía hoy la satisfacción de informarles después de haber leído el desarrollo completo de las propuestas de S.M. El despacho completo de V.E. ha sido el guión de las conversaciones, aunque su contenido me lo reservo. No les mostré el proyecto del tratado; me limité a explicárselo e informar que estaba listo para firmarlo con la persona a la que el Príncipe honrara con sus poderes. EI me respondió que el duque de San Carlos había llegado [a Valençay], que había oído las mismas cosas por boca de S.M, que le había rendido cuentas y que estaban completamente dedicados a meditar cómo llevarlo a cabo. Aproveché la ocasión para insinuar que el secreto y la celeridad eran los mejores aliados para el éxito y que era imposible que un hombre del carácter del señor de San Carlos estuviera más a propósito para el servicio de Sus Altezas. Todavía no les he complacido con la idea de que llamen a otras personas para su consejo, y le reconozco a V. E. que me parece ahora más un inconveniente que útil.
El príncipe Fernando sólo ha puesto en duda dos puntos que no casan bien con su espíritu:
  1. ¿Cómo romper con Inglaterra? Tiene un tratado con España cuyas cláusulas ignora y, aunque niega toda parcialidad en su favor, considera que la buena fe le impide pagar sus servicios con ingratitud. Expliqué al Príncipe la diferencia que había entre el objetivo de España y el objetivo de Inglaterra, la verdadera naturaleza de los servicios de esta última, la facilidad de conservar el respeto en casos de este tipo, y la doctrina de todos los gobiernos que alcanzan las condiciones que son para ellos el objeto de la guerra.
  2. El Príncipe duda mucho que la ratificación de la Regencia puedan conseguirse tan rápidamente enviando un comisario —cualquiera que él diga—, que en lugar de presentarse él mismo. Cuando le he dicho que el príncipe don Carlos podría suplirlo fácilmente, lo tomó en sus brazos, y sáltándosele las lágrimas, exclamó que su afán por recuperar el trono no le haría jamáis correr el riesgo de separarse de un hermano tan amado. Tengo sobradamente justificado que, en interés de S.A.R., no entren en España hasta después de la ratifícación del tratado y como comandante en jefe.
Los Príncipes pidieron finalmente consultar sobre todo lo que yo les proponía. Estuve a continuación mucho tiempo con el señor de San Carlos, quien se presentó de una manera de la cual estoy contento. Me pidió entrar en debate conmigo sobre todos los aspectos de la negociación, sólamente para conocer los argumentos que podían ilustrar a los Príncipes. Ha estado de cuatro horas y media a cinco horas y media conferenciando conmigo y luego hemos hacho una revisión por la noche. Me anunció que los Príncipes lo habían designado como su plenipotenciario y me pidió que le indicara la forma en la que sus poderes debían redactarse. Hemos acordado que serían igual en la forma a los míos y, como no serán necesarios hasta el momento de su firma, después de la sanción que V.E. haga al proyecto de tratado que se decida aquí, no hay realmente pérdida de tiempo. Me comunicó también que el Príncipe le había hecho el encargo de pedir «a título privado» al señor Macanaz, antiguo secretario de S.A.R., actualmente en vigilancia en París. Suplico V.E. tener en cuenta esta demanda inmediatamente. Por otra parte no veo ningún otro escollo a tratar, fuera de los dos que los Príncipes me han presentado. No veo problema en que en el preámbulo del tratado el Príncipe sea tratado como S.A.R. don Fernando, príncipe de Asturias, para pasar a mencionar a continuación su título de Rey y Majestad Católica, después del artículo que recoge su reconocimiento por el Emperador, quien a partir de entonces aparece bajo el nombre de Fernando VII, Rey del España y las Indias. Me atrevería a pensar a este respecto que hace falta que se presente sin que le produzca un choque a las autoridades en España.
En cuanto a los dos puntos restantes, el relativo a Inglaterra, el señor de San Carlos lo comprende bien. Observa, no obstante, que para no dar lugar en España a inútiles pretextos basados en el tratado con Inglaterra, él ve necesario añadir un artículo al final por el que este tratado será dado a conocer S.M. Británica, así como las ratificaciones a las que se le invitará a acceder, etc., etc. El señor de San Carlos presupone que el Emperador no pondrá objeción a un artículo de este tipo, que el uso constante y las circunstancias solicitan adoptar.
Habló vehementemente sobre la importancia de dejar al príncipe Fernando llevar él mismo a España el tratado y allí ratificarlo por las autoridades nacionales. Hizo valer su honor, la probidad, religión y obstinación de un príncipe incapaz de incumplir cuando ha dado su palabra, que hará sea obedecida por los que él mande.
Frente a las nuevas propuestas, dije todo lo que ya había dicho antes. Sin embargo, el señor de San Carlos dijo que era el método que el Emperador mismo le había marcado. Para convencerle de que le había entendido mal, le leí el párrafo de la carta de V.E. donde se aclaraba su error.
Los Príncipes me recibirán a mediodía y sabré más sobre los medios que decidan para decidir un proyecto común en el día.
Le di a leer al señor de San Carlos la minuta que había hecho.
Hoy me alojaré en el castillo.

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